La última carrera
Los niños están jugando
al otro lado de la valla con canicas. Pierden una, el más grande grita
desesperado. El padre le habla firme, el niño le mira sin rechistar enojado,
resopla. Los atletas hace minutos que han comenzado la carrera, el padre asoma
la cabeza entre el tumulto para ver a su mujer. Es la dorsal cuatro. A su lado
un grupo de chicos aplauden el paso de los atletas. Ya le dije que se comprara
otro calzado para correr, piensa el padre atosigado, cuando vuelva de la
carrera va a tener los pies molidos. Los niños se detienen a escuchar el
vocerío. El padre aprovecha, estira el cuello, vislumbrando entre la multitud
el moño de su mujer. Le grita levantándole la mano, pero ni lo ve. Los niños le
estiran del pantalón, él entusiasmado grita el nombre de su mujer. El más
pequeño al escucharlo abre los ojos sin pestañear. ¿Cuándo volverá?, le
pregunta. Dentro de poco contesta eufórico. Faltan pocos minutos para acabar, es
la última vuelta. Coge a los niños y se posiciona delante de la valla a la
espera de verla llegar. Está agotado del ajetreo. Después de media hora, a
escasos cien metros está su mujer, en el último esprín. Un instante de lucidez
le lleva a pensar, no va a poder, no va a ganar, como siempre. Una mezcla de
vencedor le hormiguea en el estómago. Deja de animarla y se centra en sus pies,
le separan unos metros de la meta. Ella acelera, saca el genio que lleva dentro,
y llega en segundo puesto, subirá al
pódium. El marido perplejo, coge a los niños y se va al coche. ¡Malditas
bambas!, porque cuando se dio cuenta que ya no era el número uno, dejó de
amarla.
Se podían presentar dos.
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