Se
perfuma antes de salir, como cada mañana. Ejercita los ojos, cerrándolos y
abriéndolos durante un par de minutos. Luego se recuesta sobre una silla
delante del espejo, hace aeróbic. Cuando acaba, se rocía con laca el cabello.
Seguidamente ejecuta varias flexiones, inspira y expira, cogiendo el ritmo.
Salta por encima de una silla, coge las pesas y tonifica los músculos. Al
acabar abre la puerta, la cierra y corre durante más de dos horas por las
calles del barrio. Es habitual verla pasar como un relámpago entre los
transeúntes. Apenas te da tiempo ver sus pies en el suelo. Antes yo era así de
ágil, me comenta mi madre, iba de aquí para allá sin que me doliera todo. Ahora
no valgo para nada hijo. Y sonríe al acabar su trayectoria en la vida, marcada
por el reuma y el cayado. Le gusta ver a la gente deportista y activa. Cuando
eras pequeño corría como las liebres, estaba hecha una moza. Esta chica te
conviene, no la dejes escapar. La ve venir a lo lejos, la chica se detiene al
escuchar el silbido agudo de mi madre. Mi madre cautivadora pronuncia su
nombre. Estás muy guapa. Ella no sabe qué decir. Mira, mi hijo es un vago, así
que haz el favor de llevártelo para entrenar. En su vida jamás ha corrido por
nada. Aunque llegue el último a la meta en el Cross de Atapuerca creo que
merece la pena os conozcáis. Puedes venir a casa mañana y te explico sus
preferencias. Es un Ángel de niño. Pero has de tener cuidado, tiene los pies
planos. La chica la mira absorta sonriéndole, reanuda su marcha sin decir nada,
dejando una estela de perfume. Yo sonrojado miro suscurvas, ¿quizás mi madre tenga razón?, estoy
perdiendo el tiempo.
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