Pérfido, fue
lo que me dijo Madame Bouchard la noche antes de dar el golpe. Sus ojos
achinados acabaron mimetizándose en un rostro encogido dentro de un cuerpo
encorvado por la avaricia. La belleza deslumbrante de una mujer de talante,
intransigente, pero deliciosa en sus ambiciones. En eso concordábamos los dos,
por lo que no me resultó difícil convencerla, atarla, arrastrarla hasta la
callejuela que nunca abandoné por mi falta de humildad liberando su Alma.
Aparentar era la doctrina que me enseñaron siendo bien niño. Me iba la vida,
ganar o perder, y no estaba dispuesto a dejarme vencer por un acuerdo
menospreciable. Supe tocar las cuerdas del instrumento hasta hacerlo sonar sin
desafinar, y llamar su atención. Exuberante decisión pensé, ardiente como a mí
siempre me han gustado las decisiones, calientes, al rojo vivo, sin caer en
ilusorias banalidades.
La ambición de
poder ensordece, ciega, nubla, enloquece. Ella solo se dejó arrastrar, yo
recogí hasta la última gota. Se lo juré, no se preocupe señora Bouchard todo va
a ir bien, daremos un buen golpe. Invertiremos en el negocio, lo remontaremos y
usted será poderosa. Pero a cambio… Nunca me escuchó, se quedó embelesada con
su trágica vida poderosa, que acabó en una muerte digna. Tuvo suerte. Su Alma
me pertenecía. La avaricia fue lo de menos, solo un simple juego que llevo
guardado en la manga y del que siempre hay alguien dispuesto a jugar. ¿Quién es
el próximo?
Lo indico en castellano, el original está en Catalán
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